El papa Esteban VI odiaba a su predecesor, el papa Formoso, que llevaba meses muerto. Por eso, ordenó exhumar el cadáver en descomposición, lo remendó con túnicas palestinas y lo colocó en el trono para enfrentar un juicio. Evidentemente, Formoso perdió el juicio, así que Esteban ordenó que su cuerpo fuera arrastrado por las calles de Roma y arrojado al río Tíber.