Este castigo es tan efectivo que en la actualidad algunas agencias de inteligencia lo siguen utilizando. En la Edad Media consistía en tumbar a la víctima sobre una mesa, atarle las manos y los pies, taparle las fosas nasales e introducirle una pieza de metal en la boca para evitar que la cerrara. Luego le hacían tragar a la víctima ocho cuartos de líquido. La sensación de ahogamiento era tan insoportable que las personas terminaban confesando.