Para sumergirse completamente en el personaje del pianista Wladyslaw Szpilman, Adrien Brody hizo de todo. Dejó a su novia, vendió sus pertenencias, abandonó su hogar y vivió como lo hizo el pianista judío durante su estancia en el gueto de Varsovia. Ese compromiso se muestra en la pantalla, y es probable que fuera lo que le permitió ganar su Oscar, ya que el tormento interno que sufre su personaje coincide perfectamente con su transformación física.